Rolando Jorge (San Antonio de los Baños, Cuba, 1955). En USA desde 1999. |
Inauguramos con esta entrada las críticas de otras plumas. Hoy, Pablo De Cuba Soria ("La juventud como estilo"), sobre su compatriota Rolando Jorge.
“Lo que está deshilachado debe
dejarse deshilachado”, apuntó Wittgenstein (el Ludwig, el de las dos manos, el
mismo que se masturbaba en campaña de Primera Guerra mientras escribía los
primeros compases del Tractatus) en
uno de los cuadernos de apuntes —Circa
1944— que se fueron publicando después de su muerte. Los poemas de Rolando
Jorge (Cuba, 1955) parecieran sostener sus versos (más bien hilachas) en/desde esa sentencia
aforística wittgensteiniana.
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¿Cómo se explica esto?
Poemas —los de Rolando Jorge— que son viajes implosivos, hacia el
hueso, armados a fuerza de contracciones. Versos que aúllan melodiosamente. Poemas
que se sostiene desde una sequedad desbordante/armoniosa (“soledad sonora”,
acuñó San Juan de la Cruz), que no pretende las tan estériles nadas y absolutos
con pretensiones místicas que minan gran parte de la poesía castellana.
Hay ciertos poetas que se definen en/desde el desplazamiento entre formas retóricas. Verbigracia un par imprescindible en nuestra tradición: Julio Herrera y Reissig y Martín Adán. Un poeta como Rolando Jorge, aunque no se desprende de las amarras discursivas de la tradición española (sobre todo un Vallejo entrelineado), tantea simultáneamente otras formas de la expresión, educa su idioma en otras lenguas: por un lado cierta arteria norteamericana (Pound, Williams, Zukofsky, Oppen); por otro, la tradición moderna francesa, de Baudelaire al cubismo de Reverdy, esto es, una suerte de territorio donde asimilación y ruptura se encuentran en un punto, donde ritmo y tonos de otras lenguas se incrustan (camisa de fuerza necesaria) en la “natural” cadencia de la nuestra. Estilos que se superponen hasta alcanzar lo que el centauro.
Y con la idea anterior no señalo pasivas influencias (toda escritura es siempre en contra/a pesar de), ni mucho menos almacenes de obras leídas y vivencias (cúmulo/suma siempre difusa de lecturas y experiencias), sino que me refiero a una yuxtaposición de imaginarios, es decir, a palimpsestos de lecturas e intuiciones:
tambalea clan de iglesia que
destila
próspero distrito notorializa
a quien
del lado de Hughe al gritar
en letrina
circula por gérmenes
Entrepaño del dieciocho
chochea referencias a masones del 72
Encrucijadas con permiso para
ser felices en proceso de armas
barcos de Santiago conectan al clero
Aquí en este lote nadie
recuerda calle con carros
familia sin abuelos dura
meses o décadas
aunque alguien cante
tapicero.
Sintaxis tensada hasta
convulsionar. Inducción intravenosa, aire comprimido. En estos poemas todo
lirismo deviene deformación: formas clásicas desechas/mutiladas por mediación
de un azar racional. Es el poeta forcejeando contra sí mismo, el escriba
dialogando de manera inquietante con la tradición (“r”):
reloj sioux y tú (baja
basura)
comer tradición empeña /
bulto camelado
en puntillas cruza abejeo de
belleza Sarah:
sangre fría del absoluto,
dice. Dice
‘moka y después Tolstói No me
acuerdo de nada;
sólo del beso junto al
piano’. Máscara en Toronto
(ménage á trois para qué).
Puntualidad
en restaurante sobre banco de
cañas.
Esmerarse en vida semejante
.....
Ucranianos respiran directo
del saco mientras filman o
beben vigilia
(malos tratos dan a Bleeky
por ser de teatro y desnuda).
Hostilidad del día.
Samuel Beckett en sus
conversaciones con Charles Juliet habla de su concepción del hecho literario,
de su “manera de actuar hacia la nada, comprimiendo el texto cada vez más”. La
poesía de Rolando Jorge se revela/manifiesta precisamente desde esa manera del
proceder creativo, pero no es su intención consumar la aridez, asirla, sino que
se regodea en los bordes de la sequedad. Piezas entrecortadas que distan del
mero vaciamiento. “La escritura resulta en el detalle, no en el espejismo, de
ver, de pensar con las cosas tal y como existen, y de dirigirlas a lo largo de
una línea melódica” (Zukofsky). No se experimenta el golpe metálico de la
campana a raja tímpanos, sí las vigorosas resonancias que nos llegan desde
cierta distancia/contención. Traduzco: un ejercicio poético de inhalación
constante donde los músculos se tensan hasta reventar en un armonioso ruido de
huesos.
Jorge construye destruyendo
sus textos, de ahí que su escritura esté en las antípodas de la linealidad; ella
se va (des)articulando en hilos desprendidos (siempre permanecen colgando) de
lo que sería el poema cerrado en sí mismo. O, para formularlo de otra manera:
cada poema se compone precisamente de las hilachas
(pliegues) del poema que nunca llegará a ser en tanto tal (“Junio es el mes del suicidio”):
Traslada sentido de
influencia
Escalera araña cántaro de
leche
Pondera médico auge.
Así (retomemos ahora la idea
wittgensteiniana) “lo que está deshilachado debe dejarse deshilachado”. Y
justamente estos filamentos poéticos no expresan ni ocultan un deseo de
alcanzar la estabilidad —o acaso sí una estabilidad
otra, negadora de antítesis: la de lo inestable—, tampoco pretenden el equilibrio
clásico ni la escritura definida/encasillable; sucede que el barroquismo (a
veces tenso, otras desbordado) es lo que provoca las colisiones
léxico-semánticas en esta poesía.
Poemas en prosa y poemas en
versos que se manifiestan desde un (des)orden tipográfico (ocupación anárquica
de la página en blanco; la morfología de la letra que no se adhiere a un tipo
único) y en constantes quiebres rítmicos y tonales que favorece el plegar y
replegarse de la escritura. A veces pareciera que una frase/palabra crea un
despeñadero con aquellas que les siguen, una escisión/abismo entre los
eslabones rítmicos que componen la cadena melódica del poema (“Nota”):
Ni siquiera lo que cuenta
“con sus injurias”
hace del standard armas allí
Sordina de períodos parece
corporal casamata
continuamente desmenbrán-
dose: enferma
primer tono de la palabra
Algunos textos cercanos al
aforismo tampoco llegan a definirse en esa forma genérica ya que el súbito lírico
los sacude; de ese modo vemos (oímos) que cierto impulso conceptual (casi
filosófico) termina cruzado por otro proceso (ya propio del discurso poético)
dador de otro sentido, de otra sonoridad: “fulcro y numen cualquier otra cosa puede
crear poesía” (“Discurso sobre la riqueza de las naciones”). Lo mismo sucede con otros
versos en apariencia extraídos como de entradas de diarios: “En Palma Street, a
dos pies, a cuatro palmos, placer y violaciones” (“Fragmentos”); o de posibles inicios de un relato (“Fragmentos”):
Muchacha cuenta que cruzó una
mañana naranjal con uniforme de hebilla azul y vio mancha de vacas, pavos y
gallinas. Del lado del potrero jinetes semidesnudos celebran feria de verano.
El presentimiento de haber podido ser violada impone peso y destino a la
conversación.
Muchacha cruza descampado de
naranjal con manchas de pavos, gallinas y cerdos.
En otro nivel, Rolando Jorge (¿su sujeto
lírico?) dialoga constantemente en sus poemas con su saber libresco, mas no es
una conversación (intertextualidad) amigable, ya que el poeta obliga a sus
interlocutores (llámense Kafka, Joyce, Vallejo y/o un incontable etcétera) a
renunciar a sus bienes. Así, una conocida frase de una narración del autor de La metamorfosis, se reescribe
(consecuencia del hurto) en uno de los poemas:
Desvístanlo
para que escriba,
y si no
escribe, mátenlo.
Sólo es
un poeta, sólo es un poeta.
He aquí, en este proceso de
apropiación, a un Raskolnikov (quien en un poema de este libro “resuena: ¡soy
yo, soy yo!”) que a golpes de hacha le roba a los grandes escritores canónicos,
que a fin de cuentas no son más que una sarta de hermosos usureros a los que
hay que decapitar, para así concederles más tiempo de existencia. “With usura
the line grows thick”, sentenció el tío Ezra, cartografiando el desplazar de lo
barroco: un flujo en principio lineal que termina bifurcándose en la literatura
de Jorge por razones y causas de acumulación prosódicas. Un acervo barroco que
igualmente deglute el saber vivencial del escritor: posibles pasajes y/o
anécdotas de vida acaban trasmutados en inquietante discurrir sonoro (“Materia inanimada”):
nada ocurre en la importante
realidad de los trenes ese importante océano
transcurre un domingo busca
escalera (pájaros y nubes saltan parrayos)
asciende de la colada
(bussiness, it’s only bussiness!) índole de rata
que construyen rusos desde
radios y herramientas de guerra
soporta cargos de caza a la
sombra y con aire fresco nadie oirá abrir
aunque crean a sus escritores
imprescindibles. marchan a pie para exigir
tendido de ferrocarril
estación colonial teje tercer estamento. . .
Y hablando de discurrir
sonoro, cabría entonces resaltar otro de los procesos discursivos que
interviene en la poesía de Jorge: aquel que trueca (cruzamiento constante) el
motivo visual en materia prosódica. No suele ser Rolando Jorge un poeta hacedor
de imágenes, la fragmentación que entreteje su escritura actúa desde/hacia una
intelección auditiva. La razón que por lo general se desprende de la retina,
ahora pasa (se define en) por una lógica del escuchar. Jorge subvierte la
imagen (tanto plástica como meramente poética) en significante, en sentido
melódico (“Tintoretto: no pintas nada mío”):
La boa, no me di cuenta,
encima debajo la boa, explota tren en cuanto a Damasco, cocodrilo y su hermana
boa, piel independiente de escritorio, figura absoluta de la enfermedad.
Imágenes en rebelión no parecen tan mal al mazo, regiones teatrales de 1920,
eso desde luego.
Lejano de los bosques de
Viena, hacia 1917, Wittgenstein (el Ludwig, el de las dos manos, el mismo que
se masturbaba en campaña de Primera Guerra mientras escribía los primeros
compases del Tractatus) sintió los
estruendos de un mundo que se descomponía quizás sin rectificación posible. Un
universo deshilachado
(deshilachándose) que traspasaba y/o borraba los límites de su lenguaje; igual
sensación (certeza) había experimentado en la misma época tras leer unos versos
de George Tralk. Rolando Jorge construye poemas desde ese deshilachar irrefrenable; esto es, resonancias que forman una
deshilachada materia poética.
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