domingo, 23 de marzo de 2014

El autotraductor, un marciano por voluntad propia

Ilustración de Max para Babelia (17/3/2012)
Para la mayoría del público lector, la traducción es una acción invisible. Salvo los lectores más "profesionalizados", casi nadie se fija en el traductor. Y sin embargo es importantísima. Traducir una obra literaria es traducir un estilo, es la operación creativa de recrear una obra en otra lengua. Hay que considerar el registro y el efecto de las frases y de las expresiones, respetar la manera en que se expresa tal o cual personaje, tal o cual voz. Y es que la traducción implica opciones estéticas y hasta políticas (de política língüistica: por qué variedad -peninsular, local, pan-latinoamericana, "internacional"-optar).

Por otro lado, y de manera más obvia, está el hecho de que la traducción ofrece una difusión más amplia (más allá de la barrera de la lengua). Ese aspecto, para el poeta expatriado en un país donde no se habla su lengua materna, es una gran importancia. Por ello, y siempre que su conocimiento de la lengua de su lugar de residencia se lo permita, es probable que se le plantee la cuestión de la autotraducción (una tradición de larga data, como cuenta Pascale Casanova en La República mundial de las letras), que le facilitará la vida (participación en lecturas, festivales, etcétera). Ahora bien: quien se traduzca a sí mismo no actuará nunca como un traductor "normal".

Un traductor literario traduce, salvo raras excepciones, a su lengua materna, de la que tiene obviamente una intuición y un manejo muy superiores al de un hablante no nativo. De la lengua fuente (la lengua de la que traduce) lo que debe tener es una inmensa competencia pasiva: un gran dominio de sus diferentes registros, variantes dialectales, expresiones, etc, a nivel de la comprensión. Eso implica que será capaz de conversar de todo con cualquiera en esa lengua, y pese a todo cometer algún error gramatical idiota al hablarla. Lo esencial es que el traductor literario sea capaz de traducir un mundo: que pueda imaginarse como debe sonar tal o cual personaje en su lengua. Allí residirá su talento, habilidad o arte. Quien se traduce a sí mismo no está en las mismas condiciones. Aun y cuando se trate de un traductor profesional, estará acostumbrado a hacerlo hacia y no desde su lengua, lo cual cambia todo.

La materia prima del poeta está en la inmensa cantera de su lengua toda. El traductor, por su lado, trabaja a partir de una obra dada, a la que recreará en su propia lengua. El autotraductor, por ende, está obligado a actuar de otra manera. Por un lado, su manejo de la lengua meta (la lengua a a que traduzca) nunca podrá ser tan grande como el que tenga de la suya. Por otro, dispondrá de una libertad impensable para un traductor "normal" con respecto al texto fuente. ¿Que implica esto? Primero y principal, que no será capaz de traducir cualquiera de sus obras, sino aquellas que se acomoden mejor a su manejo de la lengua meta. En segundo lugar, que el autotraductor es al autor absoluto de la obra resultante, y de él y sólo de él depende el nivel de "fidelidad" (esa noción infiel) con la obra de origen.

El autotraductor es a la vez del doctor Frankestein y su criatura. Al autotraducirse, un autor se está recreando como escritor de la lengua a la que traduce, en la que (se) reescribe. El autotraductor es a la vez más limitado en su rol de autor en lengua segunda (esa pobreza en la expresión que Beckett buscaba en el francés) y más singular, en el sentido de que lo que escriba en ella estará impregnado de extrañamiento.

Nadie puede decir exactamente lo mismo en una lengua y en otra (lo que hace el traductor es minimizar esa distancia, y explicara en aquellos casos en los sea irreductible). Nadie es el mismo en una lengua y en otra. El autotraductor no es la excepción. El poeta que cree al autotraducirse tendrá del autor que es en su propia lengua sólo aquellos rasgos que sea capaz de traducir, de transmutar, de trasladar. Y adquirirá otros que no tenía.

El autotraductor se arriesga a la aterradora pérdida de control sobre su propia obra. Pero sin riesgo (artístico al menos) no hay creación. Por supuesto, sólo de él dependerá (de que no sea un inconsciente que escribe en cantonés sin conocerlo, por ejemplo), que esa nueva creación valga la pena.

11 comentarios:

lc dijo...

Buenisimo! Me late que el resultado de la autotraduccion es un texto completamente distinto, o me equivoco? No recuerdo lo que dice P. Casanova, y usted qué dice?

Comandante Cansado dijo...

Buenas. Creo que no dice nada, pero estoy totalmente de acuerdo con usted. ¡Gracias por el elogio!!

EL INVENCIONERO TERRESTRE dijo...

No veo sentido a este artículo, Pareciera que el autor de este artículo en cuestión quisiera dar palos a la piñata con la luz apagada. Esta discusión sobre la traducción de textos poéticos de una lengua a otra, fue desarrollada hasta el cansancio en los años sesenta. Nos ha quedado una enorme bibliografía al respecto, en especial, en torno a las traducciones de Pablo Neruda que se hicieron en los Estados Unidos, principalmente, aquellas que fueron hechas por los jóvenes poetas norteamericanos de esa década.

Comandante Cansado dijo...

Esteeee... Lea el artículo, estimado Invencionero. No se habla simplemente de "traducción de textos poéticos de una lengua a otra" (que es tan general que si no se hubiera escrito mucho sería para llorar), sino de la autotraducción, algo mucho más específico. Cariños.

Mordi dijo...

¿Estǎ seguro de que nadie es el mismo en una lengua y en otra?

No acuerdo. Me ha pasado que se encontraran amigos mǐos oriundos de diversos paǐses, que me han conocido en diversos habalares... y no me parece que hayan tenido expresiones divergentes sobre mǐ.
Me ha pasado el caso recǐproco.

¿A usted le pasa lo mismo? ¿Qué le dicen los flamencos y los valones que tiene en el vecindario?


Comandante Cansado dijo...

Perdón, Mordi, terminaba el nuevo post, en un rato respondo.

Comandante Cansado dijo...

Buenas, Mordi.

Por supuesto, todo lo referido a la identidad (que es una percepción, propia y ajena) es complejo, empezando por su propia existencia (que niega por ejemplo el budismo).

El post trataba sobre todo de la expresión de la propia identidad (de lo que uno considera que es la propia identidad más bien) a través de la palabra.

En lo que a mí respecta, sí, el dominio de una lengua influyo muchísimo en mi sentirme yo. Todavía me acuerdo de cuando pude hacer mi primer chiste en francés, y de la sensación de que mi dominio del francés comenzaba a ser suficiente como para ser yo en esa lengua.

Saludos.

Mordi dijo...

Es curioso, yo me expreso con poca gracia en inglés (idioma que estudié durante años, habiendo alcanzado C2). Sin embargo, logro expresar mis sentimientos en idiomas de los que tengo un conocimiento más pobre, pero que han formado parte de mi vida cotidiana, como el danés (B1).

Es un tema muy subjetivo, evidentemetne, porque no tengo esa percepción de una personalidad ligada a la lengua con que me expreso.

Comandante Cansado dijo...

Me parece normal que se sienta más cómodo en una lengua en la que vivió, por más que su dominio sea más imperfecto que el de otro, Mordi.

Por otro lado, como dice usted, claramente usted le otorga menos importancia a la expresión en una lengua que yo en aquel momento.

Saludos.

Diego dijo...

Hola, buenas tardes. Qué hay por ejemplo sobre los autores que desde su lengua materna traducen por ejemplo una novela a L2?

Comandante Cansado dijo...

Hola, Diego. No son muchos los casos en los que sucede (hablamos por supuesto de traducción literaria). Se me ocurren dos:

1) El traductor vive hace tanto tiempo en el un país en el que se habla la lengua meta que es prácticamente bilingüe. De todos modos, tiene que haber alguna razón especial por la que se lo elija por sobre un traductor nativo de la lengua meta (¿gran conocimiento/ afinidad con la obra del autor en cuestión?).

2) Hay muy pocos traductores de su lengua materna en la lengua meta (el par chino/ francés, por ejemplo. Se me ocurre el caso de la traducción del Bin Fa).

Saludos.