jueves, 10 de julio de 2014

Poemas para ser leídos, poemas para ser escuchados (pero nunca con micrófono abierto)


Hay poemas que cuando los leemos no nos gustan demasiado, pero que cuando los escuchamos leídos/ recitados/ interpretados por su autor/a les descubrimos una dimensión que no habíamos percibido en el papel. Al revés, hay poemas que nos resultan notables leídos y que no ganan cuando los escuchamos. Y es que hay, además y de manera complementaria a los rasgos del poema en sí, poetas que leen bien en voz alta y poetas que no. Y también hay poemas escritos pensando en su lectura pública, y otros que no.

Esto que parece una verdad de Perogrullo no lo será tanto para quien sea habitué de recitales de poesía, ya que habrá comprobado cómo excelentes poetas podían arruinar sus textos en escena, mientras otros cuyas producciones les interesaban menos lograban cargarlos de otros sentidos gracias a una lectura que enriquecía de matices el texto "mudo".

De todas formas, el problema central de algunos recitales de poesía excede largamente no es ése, sino uno infinitamente mayor: esa práctica lamentable del micrófono abierto.
En la poesía, a diferencia de lo que sucede en otras disciplinas, no hay requisito básico específico. En la música hay que saber tocar instrumentos; en la poesía, alcanza con saber leer y escribir. Por eso, permitir el micrófono abierto es someter al oyente a una más que probable tortura. En el micrófono abierto no hay el más mínimo filtro: absolutamente nadie consideró que lo que va a leerse está bueno para ser escuchado. Y no hay un sólo motivo estético para permitirlo (sólo consideraciones extrapoéticas, del orden de la bondad). Desafío a quienquiera haya sufrido más de un micrófono abierto a que me diga, con una mano en el corazón, que las experiencias horribles no superan con creces las sorpresas agradables.

Si la poesía es otra cosa que un balde en el que se vomita (más o menos) metafóricamente "lo que tenemos adentro" hay que tratarla en consecuencia. Y una de las maneras es abandonar prácticas tributarias de esa concepción de la poesía como vehículo transparente de otra cosa (emociones, por caso). La poesía, como todo arte y toda literatura, es primero una experiencia estética. Escuchar "poemas desde el alma" o cosas por el estilo, no. O sí, pero una experiencia horrible.

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